lunes, 28 de enero de 2013

Lluvia.

Tiemblan mis manos
al descubrir los engaños,
pues me lleno de rabia.

Caen las gotas
al ver las promesas rotas,
pues me empaño de dolor.

Suenan latidos
al ver morir los habidos,
pues me embarga el rencor.

miércoles, 16 de enero de 2013

Reloj de arena

Espera hasta el momento
perfecto.
Traición en un instante
impactante.

Destrozos en un segundo
inmundo.
Lágrimas de mi sangre
goteante.

Lechos de rocío,
cariño.
Tumbas de solo horas
encantadoras.

sábado, 5 de enero de 2013

Purgatorio.

Volvía a perseguirme. No le veía, pero podía intuir su presencia a través de la densa niebla y aquello lo convertía en más aterrador todavía que si le pudiera ver el rostro.
Dejé mis cavilaciones en ese instante y seguí corriendo con toda la velocidad que podían adquirir mis piernas. A lo largo de los años, había aprendido que la rapidez no era precisamente mi fuerte y que mi sentido del equilibrio podía traicionarme en cualquier momento. Aún así, decidí confiar en mi suerte, pues otra cosa no podía hacer, e intenté correr más rápido. Sin embargo, cada vez que lo hacía, sentía que los objetos a mi alrededor se movían con más lentitud.

―O quizás es solo una ilusión óptica― me dije en un segundo de vacilación.
Lamentablemente, no resultó cierto.
Al rato, me empecé a cansar y correr se hacía cada vez más imposible. Además, me di cuenta de que comenzaba a pisar con más inseguiridad e indecisión, lo cualme convertía en la víctima perfecta.
Justo en ese momento, no sé qué hice exactamente, pero me caí de bruces al suelo. El impacto apenas fue perceptible, sobre todo cuando estaba más que acostumbrada a ello. Lo que realemente me preocupaba era la pérdida de tiempo que suponía.
Me giré para poder levantarme pero ya era demasiado tarde. Me había alcanzadoy sentía su viscosa mano alrededor de mi tobillo.
Levanté la cara con el pensamiento de que, si iba a morir, me merecía saber quién era por lo menos.
Craso error, hubiera vivido mejor en la ignorancia.
Cuando le vi la cara, empecé a chillar con toda la fuerza que podían alcanzar mis pulmones y...
Me desperté.
No supe dónde estaba en un primer intento de ubicarme pero luego reconocí la vaga silueta del escritorio, la cama, y demás muebles harto conocidos míos que conformaban mi habitación.
―Solo ha sido una pesadilla. Solo una maldita pesadilla― pensé.
Y era verdad. Había sido una pesadilla pues ellas se habían convertido en mi eterna y perpetua condena, al parecer.