martes, 2 de diciembre de 2014

I

Los parias vivimos de ilusiones que se encienden como una chispa con intención perenne pero, más frecuentemente, es caduca.

Los parias vivimos de ilusiones que unimos para dar la sensación de hoguera, porque una sola vela no disuelve una sombra hostil.

Los parias vivimos de ilusiones que mantenemos a duras penas pero que, cuando se apaga una, usamos la vecina para seguir viva.

Los parias vivimos de ilusiones cálidas que mantienen los corazones latiendo, la sangre fluyendo, y el aliento formando nubes efímeras.


Los parias vivimos de ilusiones porque no moriremos ni aunque quieran.

sábado, 25 de octubre de 2014

A golpes

El primer golpe, las dudas.
No, no puede ser. Debo ser como los demás.
No, no puede ser. ¿O sí?

(Sí fue.)

El segundo golpe, la aceptación.
Pero bajito. No debe saberlo nadie.
Pero bajito. ¿Y por qué no puedo gritar?

(Asfixiaba.)

El tercer golpe, las pérdidas.
Otro que se aleja. Quizás es culpa mía.
Otro que se aleja. O nunca valió la pena.

(Qué tóxico.)

El cuarto golpe, la casa.
Solo que no llegó. A cambio un "¿Y?".
Solo que no llegó. "No te vamos a querer menos".

(Este no-golpe también acabó en lágrimas.
Sin embargo, eran distintas de las anteriores porque fueron con la dulzura de la felicidad.)

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Nota: la idea no es mía, sino que de @amargadacuqui, yo solo he puesto las palabras.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Psicosis

Mira a tu oponente a los ojos,
captura su mirada,

embrújate de ella.

Y empieza la vuelta atrás.

Prepara los puños,
extiende los dedos,
crújete los nudillos,
cierra la palma con fuerza
brazos en posición de ataque.

Tres, dos, uno...

Golpea con agresividad,
escúpele a la cara,
derecha, izquierda,
un costado, estómago,
el costado contrario.

No le dejes descansar.

Hazle daño,
no pienses en el dolor,
no mires la sangre que corre por tu cuerpo,
rojo líquido vital,
mantén el cuerpo en tensión.

(sin previo aviso, vuelve a la realidad)

¿Qué has hecho?

A tu alrededor, hay cristales rotos de lo que fue un espejo, tu oponente no era nadie ajeno a tu cuerpo, su dolor era tu dolor. No, no llores, no llores, las lágrimas solo consumirán más energía, y necesitas recuperarla.

Respira y duerme.

miércoles, 23 de julio de 2014

Corazones y resortes

Sí se murió ese día. Quizás no corpóreamente, pero su corazón fue enterrado esa noche, a las dos de la madrugada, a resguardo de miradas indiscretas y manos sucias.
A cambio, obtuvo un corazón de latón. Era del tamaño perfecto, había sido fabricado a medida. Sin embargo, tenía un fallo: Había que cuidarse de que las piezas estuviesen relucientes y con aceite siempre, o podían saltar resortes y Dios sabe qué más entre las entrañas. Eso hubiera desencadenado consecuencias catastróficas, empezando por hemorragias internas y acabando por tener que explicar a médicos qué hacía una caja de metal en el lugar de la usual masa de carne vital.
Era más cómodo así: Pese a que tenía que limitar el número de emociones por segundo, sabía que podía sustituir piezas en cualquier momento. Y mientras ni se ahogara ni su cerebro fallara, podía ser incluso inmortal. La idea no tentaba, había visto lo suficiente como para saber que no iba a cambiar el mundo ni en cincuenta ni en cien años.
El único problema que se le planteaba eran los sentimientos. Un corazón de acero inoxidable antihuellas no admitía sentimientos propios. Se lo advirtieron al comprarlo y pensó que no sería molestia, pese a que más tarde descubrió que sí. Solo podía tener sentimientos de segunda (o tercera...) mano. Sí, sí, tal cual. Había un mercado negro de sentimientos en uno de los barrios menos seguros de cada ciudad. Ibas y pedías el que querías. Podían estar en mejor o peor estado, pero el principal fallo era que o arrastraban recuerdos de la persona anterior o era imposible controlarlos. Eso creaba muchas situaciones bochornosas: Dejà-vús con desconocidos para su mente pero no para su corazón, o impetús incontrolables para hacer acciones que, racionalmente, jamás haría.
Aun así, no se arrepentía de aquella noche: A su corazón original le quedaban horas gracias al peso de la bilis del odio y el veneno de la rencor.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Rabia, fiera entre fieras.

Rabia era un pequeño lobezno que ya tenía cinco primaveras. Rabia había nacido con el resto de sus hermanos y supo, desde el principio, que algo funcionaba mal en él porque siempre se quedaba el último para mamar de Madre Loba. Además, Madre Loba solía consolar al resto de los lobeznos cuando tenían heridas, pero a él, no.
Todo eso le venía a la mente cansada de Rabia, mientras estaba acorralado por los lobos de la otra ladera. No le miraban especialmente amigables; más bien, era una sonrisa macabra donde los colmillos brillaban a la luz de la luna llena.
Rabia estaba en territorio ajeno porque, finalmente, su camada lo había rechazado. Realmente, rechazado no era la palabra: lo habían desterrado. Pero, previamente, tuvieron la gratitud de atacarle mientras dormía, alejado del resto, puesto que siempre le trataban como si transmitiese una enfermedad letal. El ataque lo había dejado débil, herido, y con mucho rencor acumulado. O quizás, solo había sacado a flote el que ya tenía.
Había huído hacia ahí sabiendo que no le iban a aceptar, sin embargo, prefería ser atacado por extraños. Aunque eran extraños, la chispa de odio que veía en sus ojos se le hacía familiar.
Rabia intentó mostrarse amenazante pero el cansancio vencía y, tras haber corrido a lo largo de toda la tarde, no le quedaban muchas fuerzas.
Entendió que había llegado la hora de despedirse del mundo. No pensaba en los vivos, sino que en la naturaleza, que siempre había sido más bondadosa.
Recordó el riachuelo donde jugaba con ese pequeño lobo con heridas, que solía imitar sus movimientos.
Recordó el viento que acariciaba sus orejas y le indicaba dónde estaban las mejores presas.
Recordó la luna que tanto le sonreía en sueños.
Un gruñido lo devolvió de las ensoñaciones. Comprendió que estaba rodeado de fieras, y que él era una fiera, también, pero una fiera cansada, débil, y herida.
Su cuerpo, cuando amaneció, sirvió como manjar para los cuervos del bosque.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Bálsamo y paraíso

Bálsamo y paraíso.

«¡Qué remedio!» me dije.
Ironía, ante todo, porque me había quedado sin, precisamente, eso: un remedio. Era un remedio temporal, un parche, un bálsamo para aliviar el dolor, un analgésico. Nada que curase, es decir, solo posponía la muerte. Porque era inevitable, ¿o no?
Ahora sentía como si unas garras invisibles me atravesasen el cuello, y la garganta, por dentro, como una lija, entorpecía mi respiración. Esta era lenta, pesada, dificultosa.

«Y, ahora, ¿qué?» seguí.
Nada. Ahora nada. Las garras no encontrarán nada que les evite hacer a su antojo con el cuerpo. ¿O era el corazón lo que querían? ¿Qué buscaban? Si era mi alma, la vendía. A cambio del descanso en el paraíso. Terrenal, tenía que ser ese paraíso. Les podía dar las señas de ese lugar, pues lo había conocido, y me lo habían arrebatado.
Qué lejos quedaba, ahora.

Tosí.
Era la bilis, otra vez. Consecuencias. Meras consecuencias. De nuevo, subía – «Mi queridísima bilis, qué ansias de ir contra la gravedad.» – y me nublaba, porque nunca colmaba. No se puede colmar de ácido porque quema y, por lo tanto, desaparece el recipiente a su paso. A menos que sea un recipiente adecuado. Un cuerpo (orgánico, con fallos, límites químicos muy frágiles, la nada, la vida) no lo era.

«Adorado paraíso, ¡no te alejes más, por favor!» le grité al vacío.
¿Alguien me escuchaba? ¿El vacío está vacío o van a él los deseos irrealizables? Si es así, debía de poseer una parcela importante. «¿Quiere 2 m³ de vacío, madame?» ¿Sería suficiente? Tampoco lo quería llenar, porque aquellos deseos que fueran allí, perderían aquí. O los perdería yo.
(No) Es el fin. Telón.

miércoles, 30 de abril de 2014

Deseos

Quisiera ser polvo,
y, como polvo, desvanecerme,
esparcirme y ser arrastrada
plácidamente.

Quizás, fuera mejor ser viento,
y, como viento, controlar
el vasto océano,
sin temer las tempestades.

O ser huracán,
y, como huracán, arrancar
de cuajo, edificios mal construidos,
y obligar a mejorar.

Quisiera poder limpiar
el mundo de daño,
sin olvidar que existió
para no repetir errores.

miércoles, 5 de febrero de 2014

[Número]

Te ofrecí mi nieve manchada
y la aceptaste
y la abrazaste
y la rodeaste con tu calidez

Creé, creaste, creamos
bellísimas esculturas de humo.
Apenas duraban visibles
pero su efecto subsistía largamente.

Odié las grandes mareas
y preferí disfrutar
las nimias, constantes,
las que atraviesan el tiempo (sin [des]aparecer).

Dos órbitas
que encajaron maravillosamente
y, sin chocarse,
vuelven a encontrarse a la noche.

Casualidades que inundan
de luz, ilusión,
y llenan de feliz harmonía
sin apenas esfuerzo.


« ...y te convertiste en poesía... »