miércoles, 7 de mayo de 2014

Bálsamo y paraíso

Bálsamo y paraíso.

«¡Qué remedio!» me dije.
Ironía, ante todo, porque me había quedado sin, precisamente, eso: un remedio. Era un remedio temporal, un parche, un bálsamo para aliviar el dolor, un analgésico. Nada que curase, es decir, solo posponía la muerte. Porque era inevitable, ¿o no?
Ahora sentía como si unas garras invisibles me atravesasen el cuello, y la garganta, por dentro, como una lija, entorpecía mi respiración. Esta era lenta, pesada, dificultosa.

«Y, ahora, ¿qué?» seguí.
Nada. Ahora nada. Las garras no encontrarán nada que les evite hacer a su antojo con el cuerpo. ¿O era el corazón lo que querían? ¿Qué buscaban? Si era mi alma, la vendía. A cambio del descanso en el paraíso. Terrenal, tenía que ser ese paraíso. Les podía dar las señas de ese lugar, pues lo había conocido, y me lo habían arrebatado.
Qué lejos quedaba, ahora.

Tosí.
Era la bilis, otra vez. Consecuencias. Meras consecuencias. De nuevo, subía – «Mi queridísima bilis, qué ansias de ir contra la gravedad.» – y me nublaba, porque nunca colmaba. No se puede colmar de ácido porque quema y, por lo tanto, desaparece el recipiente a su paso. A menos que sea un recipiente adecuado. Un cuerpo (orgánico, con fallos, límites químicos muy frágiles, la nada, la vida) no lo era.

«Adorado paraíso, ¡no te alejes más, por favor!» le grité al vacío.
¿Alguien me escuchaba? ¿El vacío está vacío o van a él los deseos irrealizables? Si es así, debía de poseer una parcela importante. «¿Quiere 2 m³ de vacío, madame?» ¿Sería suficiente? Tampoco lo quería llenar, porque aquellos deseos que fueran allí, perderían aquí. O los perdería yo.
(No) Es el fin. Telón.

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