Alzabas la límpida mirada,
y vislumbrabas los reflejos
sobre aquel cristalino castillo
que creaba con iluminados
haces la colosal estrella.
Se trataba del más preciado tesoro,
de la más gigantesca maravilla,
que hubo sobre el planeta.
No obstante, ninguno de sus visitantes era consciente de un importante detalle: su fragilidad.
Y, por eso,
un día
una violenta
tempestad
acabó
con toda
su belleza.
Y de qué sirve
un bonito castillo
si es de cristal
y tan frágil
que las olas
lo rompieron
al primer roce.