Despertó con los primeros rayos matutinos. Abrió sus ojos para contemplar con hastío la jaula donde estaba encerrado, lamentándose por su falta de movimirento.
Abrió las pequeñas alas grises, y empezó a dar pequeños círculos hasta que fijó la vista en la puertecilla que me mantenía dentro.
Estaba abierta.
Podía salir. Iba a poder sobrevolar los parajes qur más se le antojasen, comer las frutas/insectos (?) que le diese la gana, anidar en el árbol más precioso de todo el bosque.
Iba a conseguir su ansiada libertad.
No sabía cuándo ni quienes la habían abierto pero eso eran detalles menores.
No tenían la más mínima importancia.
Se dirigió hacia la pequeña verja de alambre dorado.
Las ilusiones habían cegado el frágil gorrión.
Salió y cuando había avanzado diez centímetros no pudo seguir. Aleteaba pero veía con impotencia que no conseguía ningún cambio.
Intentó una última vez, estirando con fuerza, y entonces visualizó mi sonrisa. Notó que algo iba mal, que era una mueca macabra.
Y, entonces, al forzar la cadena que le mantenía sujeto a su cárcel, el mecanismo se activó, y fue atravesado por una gillotina. Murió al instante.
Cometió un error: no preguntarse quién o con qué propósito habían abierto.
Solo uno. Llevar a cabo mi misión, pues soy La Muerte.
Párate a pensar un momento y fíjate en tu corazón. ¿Lo sientes lleno de cortes, que cicatrizaron y parece que te cuenten una historia? Entonces éste es tu lugar. Gracias por molestarte en leerme.
jueves, 25 de julio de 2013
Aliento de vida. Dos.
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