martes, 25 de diciembre de 2012

Adiós.

Mientras siento la bala atravesar mi cráneo, llevándose consigo mi último aliento de vida, me acuerdo de cómo conseguí aquel revólver.

Era una noche oscura y fría, pero la gabardina ayudaba a paliar eso. Era uno de los barrios marginales de la ciudad y no solía frecuentar este tipo de lugares pero estaba haciendo una excepción.
Buscaba sin saber exactamente qué esperaba encontrarme y dependía mucho de mi suerte, aunque tenía el suficiente tiempo libre como para permitirme prolongarla varias noches.
Sin embargo, no fue necesario.
Al pasar frente ese edificio, escuché eso que necesitaba. Alguien lamentándose sin molestarse en disimular y sin nadie que le consuele.
Entré, ya que la puerta apenas estaba encajada con una cerradura largamente oxidada, y me asomé para sopesar mis posibilidades.
Era joven, lo suficiente como para que fuera a dejarse engatusar. Y además, algo me decía que tenía lo que esperaba.
Fue extremadamente fácil. Después de hacer como si me importase lo que le pasaba, le ofrecí un poco de consuelo que estaba implorando pero no conseguía. Le empecé a preguntar cuestiones, aparentemente dispares, pero que me llevaban al terreno donde quería llegar. Al cabo de una hora, pude sonsacarle que sí tenía un revólver y que aún le quedaba una bala.
Entonces, solo hizo falta la visión de un fajo de billetes cuyo valor jamás creyó llegar a conocer para tirarme el arma encima y librarse de ella para siempre.
Eso era lo único que quería. Para él, un par de años u horas de vida más. Para mí, la sentencia de un nunca jamás.

Ese fue la última imagen que fui capaz de proyectar antes de perder la conciencia para siempre y sumirme en la total y más agónica oscuridad.

1 comentario:

  1. Me dio tristeza... supongo que, a pesar de que no sea lo correcto, hay gente que realmente sólo considera tener una salida a sus problemas. No sólo es que me ponga triste por pensar que se suicida, sino que tuvo que haber algo que la haya llevado a hacerlo.

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