viernes, 21 de diciembre de 2012

Errores.

Ha pasado mucho tiempo desde aquel día.
Aún así, en mi memoria, quedó grabado a fuego y sigo pudiendo recordar cada detalle con tanta claridad como me estuviera pasando en ese momento.
A día de hoy, aún no comprendo porqué no me abrazaste esa vez. ¿Cómo no captaste todas aquellas miles de pequeñas señales imperceptibles que te mandaba, suplicándote un mísero abrazo?

Lo único que recibí de ti fue un seco "Adiós".
Tú no lo sabías, pero, ese día, algo se rompió dentro de mi interior.
Quizás, no me abrazaste porque, justo entonces, decidiste aplicar todas las veces que te recordé que odiaba el contacto indeseado.
Quizás, no entendiste que aquella vez, sí era deseado. Que era diabólicamente deseado.
Quizás, se te olvidó que en la letra pequeña se incluía un "Menos cuando lo necesito desesperadamente".
Pero no es tu culpa, no te sientas mal por ello.

Después de entonces, dejamos de hablar. Bueno, me corrijo, yo dejé de sacarte conversación y me di cuenta de que tú nunca te habías interesado por hablarme.
Y te perdí el rastro.

Tiempo después, por alguna inexplicable razón, empezaste a hablarme otra vez cada vez que me veías.
Pero ya era demasiado tarde, yo había cambiado.
No quise ser mal educada y te hablaba pero ya no sentía nada cuando lo hacía. Vacío, en todo caso, como si le hablase a una pared.
Y en casos muy, muy extremos, algún atisbo de pena y misericordia que cada vez que asomaba, obligaba a desaparecer por el lugar del que había llegado.
Seguimos así mucho tiempo y no te dabas cuenta, tal y como la otra vez, de esa pequeña pero decisiva frontera que había creado yo misma entre nosotros y que intentaba a toda costa que no traspasaras.
Era por seguridad, no estaba segura de qué pasaría si te dejaba entrar y quería evitar daños mayores.

Hasta que un día, caminando por el paseo portuario, me tropecé con mis propios pies, una costumbre que jamás me abandonó, y caí de lleno al agua.
No tuve tiempo a reaccionar y ese día no había nadie a causa del temporal que se acercaba.
Maldije para mis adentros mi amor hacia el mal tiempo, el mar y las caminatas largas, mientras notaba cómo mis pulmones se llenaban de esa misma agua que siempre había admirado pero que escribía mi muerte en esos instantes.

Varios días más tarde, fue descubierto mi cuerpo en el fondo del puerto gracias a que yo había dicho que me iba a pasear a la playa y algún policia perspicaz se le ocurrió examinar el fondo.
Horas después, la aparición fue colocada como noticia en los periódicos. La busca había sido el reportaje estrella de toda la semana.

En cuanto lo viste, te atravesó como una flecha en el pecho. Hasta ese momento, no fuiste consciente de cuánto te importaba.

El día del funeral, acudiste pero te mantuviste al margen. No querías que nadie te preguntase cómo nos conocimos.
Esperaste a que todos se fueran y te acercaste a la tumba.
Me dijiste todo aquello que habías recién descubierto que sentías. Bueno, no a mí, al cuerpo exánime que yacía frente ti y ya no podía sentí nada.

Era ya demasiado tarde y las oportunidades se presentan cuando no te las esperas y la mitad de las veces, las reconocemos cuando son irrecuperables.
El único cambio es que yo te oí aunque no podía contestarte y me produjiste, como antes, un gran sentimiento de pena.
esta vez, no me molesté en librarme de él. Estabas pagando bastantemente caro tu error como para que, además, fuera cruel contigo.
Mi último pensamiento fue antes de marcharme siempre, fue para ti.
"Ojalá encuentres alguien mejor."

1 comentario:

  1. Qué triste... no esperaba que ella muriera. ¿Por qué será que muchas veces no podemos ser sinceros con lo que sentimos? O que no nos damos cuenta. Me gustó mucho, como todos tus relatos.

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