Mi cuerpo se
disparó hacia la superficie, después de haber estado bajando diez metros en los
que no había reaccionado.
Fue un timepo
precioso que perdí. Demasiado.
La tempestad, sin
embargo, no había suevizado, sino que, al contrario, convertido en una bestia
indomable.
Los truenos eran
como rugidos interiores, aterrorizadores. Los rayos, más que iluminar, sumían
en la completa ceguera, ya que las pupilas no tenían tiempo para acostumbrarse.
Pero iba a
mejorar. ¿O no?
Seguía pataleando
para evitar hundirme pero eso no podía evitar que, a veces, el agua invadiera
mi boca e, incluso, mis fosas nasales. Escocía.
No creía en los
milagros y dudaba mucho que apareciese de la nada alguna salvación. A lo máximo
que aspiraba, era que las olas me acunasen hasta una costa que, con suerte,
contuviera alimentos.
Me lo jugaría
a todo o nada, me dejaría llevar.
Que bien escribes, chica. Cada día me tienes más maravillada.
ResponderEliminarSiento no haberme pasado estas últimas semanas, pero aquí estoy (y por aquí volveré).
¡Sigue!
Qué desesperación... Va a tener que aprender a creer en los milagros, porque va a ser uno que se salve, la verdad.
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