miércoles, 10 de abril de 2013

Vida —parte 4—


Mi cuerpo se disparó hacia la superficie, después de haber estado bajando diez metros en los que no había reaccionado.

Fue un timepo precioso que perdí. Demasiado.

La tempestad, sin embargo, no había suevizado, sino que, al contrario, convertido en una bestia indomable.
Los truenos eran como rugidos interiores, aterrorizadores. Los rayos, más que iluminar, sumían en la completa ceguera, ya que las pupilas no tenían tiempo para acostumbrarse.

Pero iba a mejorar. ¿O no?

Seguía pataleando para evitar hundirme pero eso no podía evitar que, a veces, el agua invadiera mi boca e, incluso, mis fosas nasales. Escocía.
No creía en los milagros y dudaba mucho que apareciese de la nada alguna salvación. A lo máximo que aspiraba, era que las olas me acunasen hasta una costa que, con suerte, contuviera alimentos.

Me lo jugaría a todo o nada, me dejaría llevar.

2 comentarios:

  1. Que bien escribes, chica. Cada día me tienes más maravillada.
    Siento no haberme pasado estas últimas semanas, pero aquí estoy (y por aquí volveré).
    ¡Sigue!

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  2. Qué desesperación... Va a tener que aprender a creer en los milagros, porque va a ser uno que se salve, la verdad.

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Los comentarios suelen ayudar a crecer, sobre todo, si indican qué se debe mejorar o los posibles puntos flacos. Gracias.