miércoles, 6 de marzo de 2013

Efímero.

Aquel día despertó y se encontró con una sorpresa.

La otra cama de su habitación en el hospital había sido ocupada.

Esperó a que se despertara y se presentaron. Nívea se llamaba y padecía del mal conocido como "huesos de cristal". Aunque no se lo preguntó, la joven supuso cuál era su enfermedad pues saltaba a la vista. El letal cáncer.

Fueron unos días de feliz convivencia. Estar solo era más fácil, quizás, pero otorgaba demasiado tiempo libre, demasiada soledad, y aburrimiento, mucho aburrimiento.

Con la aparición de la chica, descubrieron las largas noches de insomnio compartidas, las penas ajenas cuando te afectan, las risas que iluminan los amaneceres, los intentos de chiste cuando pretendes alegrar a otro, descubrieron la felicidad incluso estando ingresados.

Aun así, poco duró. Sabía desde hace varios meses que le quedaban, a lo sumo, un par de años de vida. Pero todo se precipitó.

Un día, Nívea despertó y se encontró una sorpresa. En la otra cama, había muerto, con una sonrisa celestial. Y se rompió.

2 comentarios:

  1. Escribes realmente bien, lo juro.
    Me resulta irónico que tú me pidas consejo a mí.
    Que relato tan tierno, me ha encantado... Realmente intento encontrar fallos para ayudarte como me pediste, pero en serio que no los encuentro.

    P.D.: No sabía que participabas en Cuatro Suspiros. Ahora que lo sé, me pasaré más por allí.

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  2. Habrá sido corto el tiempo que compartieron ambas, pero sin duda habrá valido muchísimo. Creo que este tipo de relato hace pensar en que uno tiene que valorar las cosas, duren el tiempo que duren; así como a las buenas amistades, no importa si algún día terminan.
    Hermoso relato, sin duda.

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